jueves, 17 de mayo de 2012


UN DIA DE ESPERANZA QUE SE AHOGO EN POLVO Y SANGRE


11 DE MARZO Y 25 DE MAYO DE 1973. 

HECTOR J. CAMPORA EL DIA DE SU ELECCION COMO PRESIDENTE DE LA NACION.


EL DÍA DE SU ASUNCIÓN, UNA MULTITUD ASALTO LA CARCEL DE DEVOTO PARA LIBERAR POR LA FUERZA A LOS PRESOS POLITICOS, SIN ESPERAR UN PRONUNCIAMIENTO DEL CONGRESO

Fue un día inolvidable. 

Y fue también uno de esos extraños momentos, aunque frecuentes en la historia contemporánea, en los que el país parece dejar de lado el pasado, los rencores y la sangre para mirar de frente ese desafío nunca asumido al que llamamos porvenir.

El peronismo iba a volver al poder. 

No había posibilidad de que fuese derrotado en las urnas. 

El 11 de marzo de 1973, catorce millones de argentinos se dispusieron a votar en las primeras elecciones libres, esto es sin el peronismo proscrito, en más de dos décadas .

Lo único que restaba por saber era si Héctor J. Cámpora iba a ganar por el cincuenta por ciento de los votos o debería hacerse una segunda vuelta electoral.

Cámpora era el delegado de Juan Domingo Perón, imposibilitado de ser candidato por una cláusula de residencia impuesta por la dictadura militar de Alejandro Lanusse; el candidato encarnaba el símbolo del Frejuli, una alianza con nombre de jarabe para el resfrío que incluía a varios partidos y agrupaciones políticas. 

La Juventud Peronista lo había convertido en “El Tío”, el hermano de “El Viejo” Perón, el Padre de esos chicos, el Padre Eterno, como le gustaba definirse al anciano general. 

Entre tantos eslóganes brillantes de la época, uno hizo historia y no necesitaba interpretación: 

“Cámpora al Gobierno, Perón al poder” , que hoy aparece reivindicado en los afiches del oficialismo. 

Otro cantito premonitorio pasó también a la historia de la picaresca política: 

“Lanusse, Lanusse / mirá qué papelón / habrá segunda vuelta / la vuelta de Perón”. 

Y así fue.

Perón había regresado al país el 17 de noviembre de 1972 para poner fin a casi dieciocho años de agitado exilio. 

La propaganda oficial de entonces auguraba: 

“Perón, prenda de paz para todos los argentinos”. 

El futuro gobierno de Cámpora gobernaría sin dramas, pondría fin a los violentos años que lo habían precedido y al accionar de la guerrilla peronista Montoneros, de la trotskista ERP y de los grupos parapoliciales y militares responsables de las primeras “desapariciones” de la época. 

Perón sería casi un embajador de buena voluntad de la Argentina hacia el mundo. 

El país, por fin, iba a levantar cabeza.

Cámpora no obtuvo el cincuenta por ciento de los votos aquel 11 de marzo. 

Ganó por el cuarenta y nueve por ciento. 

Su principal rival, el radical Ricardo Balbín se apuró a reconocerlo como presidente electo.

Un gran gesto democrático, sostenido tal vez por el escaso 21 por ciento de los votos que le habían dado las urnas. 

A Lanusse le costó mucho más digerir la aplastante victoria peronista, pero igual le envió a Cámpora a un brigadier para que le comunicara la sentencia oficial: 

“En nombre del presidente, cumplo en comunicarle que es usted el presidente electo de la República Argentina”.

Terminaba con esa formalidad marcial un día soleado, calmo, luminoso, en el que millones de jóvenes votaron por primera vez.

Terminaba un ciclo sangriento, sufrido y feroz, el de la resistencia peronista, por la que corrió ríos de sangre, sudor y lágrimas, al que Lanusse puso fin con una frase también histórica y resignada: 

“Muchas gracias en nombre de un gobierno al que no eligieron, pero que les permitió elegir”.

En pocos meses, aquel andamiaje de esperanza se iba a derrumbar, otra vez, entre el polvo y la sangre. 

La precaria salud de Perón, su muerte casi inminente que avizoraban unos pocos, desató una guerra por el poder de la que participaron Montoneros, el sindicalismo y la ultraderecha peronista encarnada por el amanuense de Perón, José López Rega, que se hizo evidente a sangre y fuego el 20 de junio, día del segundo regreso de Perón al país, en los bosques de Ezeiza y la autopista Ricchieri. 

Todo estuvo condimentado por los golpes espectaculares de la guerrilla del ERP que no dejó de asaltar cuarteles y asesinar a jefes y oficiales de las fuerzas armadas.

El 25 de mayo de ese año, día de la asunción de Cámpora, la multitud tomó por asalto las cárceles , en especial la de Devoto, para liberar por la fuerza a los presos políticos, sin esperar el debate en el Congreso flamante que sancionaría una ley de amnistía. 

Entre los liberados salió a la calle de todo: 

desde el criminal y traficante de drogas francés Francois Chiappe hasta los asesinos de la estudiante marplatense Silvia Filler, muerta en 1971 en un aula de la Universidad local.

El breve interregno entre Montoneros y el Ejército, plasmado en el llamado 

“Operativo Dorrego”, de ayuda a los inundados de la provincia de Buenos Aires, quedó borrado por el renacer de la violencia paramilitar y el accionar desbocado de la guerrilla.

Cámpora gobernó sólo 49 días. 

Su gestión, por lo breve y lo apasionado de las consignas revolucionarias que lo acompañaron, muchas ingenuas y hasta de cumplimiento imposible, se conoce hoy como “Primavera camporista”. 

Renunció el 13 de julio para dejar el camino libre a Perón. 

Entonces sí, por fin, el país saldría adelante. 

Lo que pasó después es otra historia.

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