Con la presencia de Taty Almeida, madre de un delincuente terrorista (ex alumno de ese instituto), autoridades civiles de Defensa y militares (Generales Pozzi, Jefe del Ejército, y Brown, Jefe de Educación del Arma) participaron de la colocación de una placa conmemorativa.
El director del colegio, Coronel (retirado) Héctor Gallardo, se ausentó dos días antes (habría viajado a Cancún, México), seguramente para no tener que soportar la deshonra y afrenta en su propia casa… además de descansar.
Pero lo que marca la indignidad de ciertos miembros superiores del Ejército, como bajar cuadros en el Colegio Militar de la Nación (Bendini) y levantar pancartas en apoyo de la comunidad homosexual y en connivencia con ésta
-hecho ocurrido en el Salón “Libertador” del edificio del Ministerio de Defensa semanas atrás- es la actitud del general Fabián Emilio Alfredo Brown, Comandante de Educación y Doctrina (COEDOC), organismo del cual depende el Instituto Dámaso Centeno.
El día anterior a la ceremonia prevista, miércoles por la tarde, Brown se apersonó al colegio y habría hecho retirar en seis o siete aulas del segundo piso, unas placas de acrílico azul de 10 cm por 40 cm, identificadas (“in memoriam”) con nombres de militares asesinados por el ERP y Montoneros.
Esos claustros llevaban los nombres del Teniente Coronel Arturo Larrabure, del Coronel Raúl Duarte Ardoy, del Teniente Coronel Horacio Fernández Cutiellos y de otros héroes y mártires de nuestro Ejército.
Al día siguiente de la ceremonia, las placas fueron nuevamente colocadas en las respectivas aulas, pero quedó en el patio de la escuela la de “bronce”, no de acrílico, que recuerda a terroristas, hoy reivindicados por “¿propia tropa?”
No sabemos si la restitución obedeció a una orden del mismo Brown, lo que evidenciaría una “pragmática” pusilanimidad sinuosa, o fue producto de la indignación del cuerpo de profesores y alumnos que se sintieron humillados.
Ciertamente este militar “rápido para los mandados”, no consiguió que en la biblioteca del tercer piso sacaran una lámina enorme con los nombres de todos los militares (oficiales, suboficiales y soldados) muertos por la subversión.
Quizás era un “tercer piso demasiado lejos” para ser presentado a la “inspección terrorista” a la que fue sometido este Instituto educativo.
En la recorrida ni siquiera subieron al segundo… pero, por las dudas, escondieron a nuestros caídos, cuyos nombres laten en los corazones acongojados.
Entonces, incontenibles, nos nacen las preguntas: ¿Éstos son los valores y principios que enseñan ahora, general?
¿Para Ud. significan lo mismo los Capitanes Paiva y Leonetti que cualquier delincuente terrorista de los ‘70?
¿Qué opina de la larga lista de caídos -civiles, militares, policías- que jalonan la Guerra que peleamos y ganamos en el campo de las armas?
¿Cómo habla de este asunto terrible con su familia y sus amigos cuando los recuerdos se instalan en el centro de la conciencia y estiran sus largos dedos que no mienten...?
Mientras se desvanece la luz de nuestros próceres que irradiaba la vida en los cuarteles, y se diluye lamentablemente el ejemplo inspirador de nuestros héroes, muchos de ellos contemporáneos que ofrendaron sus vidas en las selvas y ciudades contra el terrorismo y en nuestras Islas Malvinas, se ciernen sobre nuestras armas la sombra de la perversión, el veneno del terrorismo cobarde y el temeroso temblor de desafilados “corvos” deshonrados.
En consonancia con este temblor opuesto a la tradición argentina ahora agredida, cabe la referencia a la espiral que con forma de tirabuzón moral desciende desde los primeros momentos en que se inició la persecución a quienes combatieron en defensa de la República.
Cada vez más y más rápido, cada vez más y más insoportable. Al aceptarse el primer paso, lo que vino después comenzó a fluir casi con naturalidad, las reacciones fueron sofocadas y se aceleró el proceso decadente que parece carecer de límites.
No nos equivocamos si ponemos el dedo en esta llaga vergonzosa, cargada de dolor y sostenemos que constituye todo un símbolo de lo que ocurre en el conjunto del pueblo.
Esto se ubica mucho más allá de la política, horada los sentimientos y orienta al futuro hacia una quebradura que puede ser definitiva.
¿Cómo será la intimidad de ese oficial superior, de ese jefe que no puede ignorar la dimensión de su inconducta...?
¿Cuál será el significado de las palabras mudas que acudirán a su mente cuando por las mañanas se mira al espejo o por las noches descansa su cabeza en la almohada cuando se dispone a dormir?
¿Tendrá el sueño agitado o lo vencerá el insomnio que lo recrimina?
¿Qué pensarán aquéllos que prohibieron asistir en los casinos de oficiales a los parientes de sus camaradas presos por defender a la Patria?
¿Cuál será el sentido último y convocante que le despertará en su ánimo -en el suyo, general- este vocablo superior del idioma...?
Patria, Patria ¿Habrá que repetirlo hasta el infinito para que lo entienda...?
En el centro de este drama convergen dos palabras opuestas y definitorias: coraje y cobardía.
A esta altura es innecesario abundar en explicaciones.
Todo está dicho mientras el Honor es un testigo paralítico de lo que sucede...
Carlos Manuel Acuña
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