SEÑOR PRESIDENTE Y MIEMBROS DE ESTE TRIBUNAL:
Deseo expresar que, sin que esto signifique consentir la competencia de este Tribunal, procederé a dictar mi declaración de acuerdo al Artículo 393 última parte del Código Procesal Penal, reservando Recursos de Casación, Caso Federal y mi recurrencia oportuna a otros Tribunales de Justicia, de acuerdo con los términos que dicta la Constitución Nacional La Dra. CARMEN ARGIBAY, ministra de LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA, en una entrevista periodística con motivo de su voto contra la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final, manifestó:
“yo se diferenciar lo que es justicia de lo que es venganza”.
Lamentablemente parece que son más los jueces que no han advertido esta diferencia.
En la inmensa mayoría de los casos el acusado no necesita esperar todo el engorroso trámite del juicio para saber que está condenado.
Apenas recibe la citación para la primera indagatoria sabe que indefectiblemente será condenado.
Esta afirmación está avalada por lo acontecido hasta el momento en los juicios contra miembros de las FFAA, de Seguridad y Policiales, que cumpliendo órdenes indiscutibles tuvimos que intervenir en la lucha para erradicar el terrorismo de nuestra Patria.
Si bien hubieron poquísimas excepciones a esta afirmación, ellas ocurrieron con posterioridad a que los causantes purgaran varios años de prisión preventiva, lo que no hace otra cosa que confirmar la afirmación precedente.
Yo mismo, dentro de 3 meses habría cumplido diez años de mi vida en prisión preventiva sin condena alguna hasta el día de la fecha.
Sólo nos resta dilucidar la incógnita sobre el monto de la pena.
En mi caso, con 82 años de edad poco importa que sean 10, 25 años o perpetua, ya que seguramente DIOS me llamará antes de terminar de cumplirla.
Es por ello que en este escrito que graciosamente se me permite efectuar antes de la condena, no me defenderé repitiendo todas las violaciones a los principios inmutables de la JUSTICIA PENAL cometidas por las distintas instancias del juzgamiento y que, con meridiana claridad y fundamentos, expuso mi defensa, ejercida hasta la iniciación de esta juicio oral por el Dr. JUAN MARIA ABERG COBO, en las apelaciones ante las sucesivas instancias.
Quiero agradecer a los defensores oficiales en este juicio, Dres. PALERMO, TIPALDI Y GALLETTA por la dedicación , empeño y eficiencia con que han encarado nuestra defensa Me limitaré, si, a efectuar algunas reflexiones.
1) La guerra.
Es uno de los peores males de la humanidad.
En la guerra se mata y se muere.
El valor de la vida cambia.
El militar se prepara durante toda su vida para esa instancia.
Pero no por ello debe desear que ocurra para poner en evidencia su preparación, ya que intrínsicamente estaría deseando ese mal para su Patria.
Paradójicamente debe ser como un cirujano que se prepara para “operar” pero debería desear no verse nunca ante esa situación.
Dijo al respecto FRANCOIS MITTERAND (admirado por muchos ideólogos y altos funcionarios argentinos): “……no hay guerra dulce; la espada, el arcabuz, la ametralladora o el cañon, no se inspiran en un principio moral….
¿Que nación consentirá en proclamar por el amor a la paz:
¡yo no me defenderé! ?
Esta moral individual, sin duda la más bella, sólo lleva a la muerte o a la servidumbre, a los pueblos que la adoptaran”.
Ante la agresión terrorista la Nación Argentina empeño sus fuerzas armadas de seguridad y policiales para defenderse y aniquilar al enemigo subversivo.
Cabe aquí hacer mención al mensaje propalado por todos los medios del entonces presidente constitucional de la nación, Tte. Grl JUAN DOMINGO PERON el 20 de enero de 1974 a las 21 hs, con motivo del ataque terrorista a la guarnición militar de AZUL.
Si bien ese mensaje es altamente significativo, no pretendo repetirlo ahora en toda su extensión, pero si deseo remarcar un párrafo por el enorme significado que tiene con respecto al juicio que está en desarrollo.
Dice ese párrafo: Aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a todos los que pretendemos una patria justa, libre y soberana, lo que nos obliga perentoriamente a movilizarnos en su defensa y empeñarnos decididamente en la lucha a que dé lugar.
Sin ello, ni la reconstrucción nacional ni la liberación serán posibles.
Su esposa y sucesora en la presidencia de la nación dio validez legal a esta clara intención del entonces presidente.
Sin embargo, 35 años más tarde, quienes se atribuyen ser herederos de los principios y doctrina del fundador de ese movimiento político se arrogan el derecho de pretender hacer justicia, vulnerando los más claros postulados de la justicia penal, para juzgar y condenar a quienes nos tocó dentro de la disciplina militar cumplir con aquellos claros propósitos.
Que fue una guerra nadie puede ponerlo en duda, ya que así la califican, no solamente numerosos escritos del entonces enemigo sino la cámara federal que juzgó a las Juntas militares.
Dice la resolución de la Cámara, en el capítulo I,
“De los hechos”.
“En consideración a los múltiples antecedentes acopiados en este proceso y las características que asumió el terrorismo en la República Argentina, cabe concluir que, dentro de los criterios de clasificación expuestos, el fenómeno se correspondió con el concepto de “guerra revolucionaria””.
Luego la Cámara señaló:
“Debemos admitir que en nuestro país, si hubo una guerra interna iniciada por las organizaciones terroristas contra las instituciones de su propio Estado”.
Queda clarísimo, no solamente que hubo una guerra sino que fue iniciada por las organizaciones terroristas.
Sólo la mala fe o intereses inconfesables pueden negarlo, como ocurrió en esta misma sala en exposiciones de parte de la querella.
En mi caso particular, cuando esta guerra se produce yo ya era oficial superior del Ejército y, a partir del 31 de diciembre de 1975, general de brigada con acuerdo del Senado de la Nación.
Consecuentemente mi reflexión es esta:
los que hoy me juzgan lejos del fragor de la guerra de 30 años atrás
¿que actitud piensan que yo debí haber adoptado entonces para no tener que ser hoy juzgado y condenado?
Solamente se me ocurren 2, a cual más repudiable.
La 1ª haber defeccionado en el combate buscando subterfugios para eludirlo.
Impensable para un militar profesional, máxime cuando se comparte la necesidad e inevitabilidad de ese combate singular.
Singular por sus características de guerra irregular contra un enemigo cruel, artero y sanguinario con métodos aberrantes y solapados.
La 2ª más despreciable todavía porque no sólo evitaría el juzgamiento sino que quizá hubiera sido compensado con alguna prebenda o cargo como ministro, secretario o embajador.
Esta 2ª actitud no es otra que, una vez terminada la guerra, alzar mi voz crítica contra mis superiores, camaradas y subalternos que junto conmigo o a mis órdenes intervinieron en la guerra.
Sin duda para el momento supremo de dejar este mundo resulta preferible el juzgamiento que el repudio unánime de mis superiores camaradas y subalternos.
Valga como ejemplo que en este mismo juicio tuvimos que soportar como testigos de la querella a dos coroneles que no solamente compartieron con nosotros los años de formación en el Colegio Militar, sino que además compartimos en más de un destino ideales, objetivos y, porque no, amistad sincera.
Ellos vieron truncas sus carreras, a punto de ascender al generalato, por haber sublevado unidades, algunas que ellos mismos comandaban, para oponerse al regreso a la democracia mediante las elecciones convocadas por el General Lanusse con ese fin.
Pero, paradoja al fin, después de las elecciones que yo convocara, en las que triunfó la fórmula ALFONSIN- MARTINEZ constituyeron una agrupación pomposamente llamada Centro de Militares para la Democracia. (CEMIDA).
Valga consignar aquí, que aquella intentona fracasó y que uno de los factores de ese fracaso fue la decidida oposición, entre otras muchas unidades, de la escuela de artillería, al mando del entonces coronel Santiago Omar Riveros siendo subdirector el entonces Tcnl Eugenio Guañabens Perelló, ambos procesados en esta causa.
Mientras los coroneles son testigos muy ponderados por los querellantes.
De no haber ocurrido el episodio que he descripto, seguramente estos dos coroneles habrían alcanzado el generalato, ya que en sus legajos había mérito para ello.
En tal caso, es más que probable que hoy estuvieran entre los procesados (quizá en lugar mío) y no como testigos de la querella.
A abundancia de ejemplos de estas características cabe mencionar el extenso alegato de un suboficial, también testigo de la querella, que personalmente tuvo participación en esta guerra y que no es juzgado merced a su testimonio de ahora, que en ese momento se cuidó muy bien de manifestar.
Por otra parte llama poderosamente la atención que pese a su bajo grado y cargo, esté habilitado para referirse extensamente y con prodigiosa memoria a hechos ocurridos hace treinta años en los que él participó.
A estos ejemplos a los que debe encabezarse con el de un ex Jefe de Estado Mayor, partícipe en la guerra como Teniente Coronel jefe de una unidad, hoy embajador del país desde hace más de cinco años, es que me refiero cuando digo que, sin duda para el momento supremo de dejar este mundo es preferible la condena, que el repudio de superiores, camaradas y subalternos que junto conmigo compartieron los horrores de esta guerra singular.
2) La obediencia debida.
Resulta una redundancia hablar de una ley “de obediencia debida” referida al cumplimiento del deber militar Esto es así porque la obediencia es intrínseca de la profesión militar.
El único condicionamiento es que la orden sea “en bien del servicio y en cumplimiento de las leyes y reglamentos militares”.
Así reza la fórmula con la que se pone en posesión de su cargo a un jefe, comandante o director.
“reconocerán como jefe de………. al.(grado, nombre y apellido), a quién respetarán y obedecerán en todo lo que mandare en bien del servicio y en cumplimiento de las leyes y reglamentos militares”
En toda mi carrera militar de subteniente a general de división he ocupado numerosos cargos.
En todos ellos mi superior inmediato me puso en posesión del cargo delante de tropa formada mediante la fórmula que he mencionado.
Jamás un subordinado mío dejó de cumplir una orden que yo hubiera impartido.
Esto significa que, o mis subordinados fueron todos faltos de carácter o mis órdenes fueron siempre “en bien del servicio y en cumplimiento de las leyes y reglamentos militares”.
Tengo un profundo respeto por quienes fueron mis subalternos por lo cual me niego a aceptar que fueran todos pusilánimes. Es obvio destacar que tuve como subordinados desde soldados, suboficiales, oficiales, jefes y oficiales superiores.
En mi último cargo en actividad tuve a mis órdenes cuatro generales.
Cualquiera de todos ellos hubiera cuestionado una orden mía que no se ajustara a la condición mencionada.
3) La justicia militar.
Tal como regía mientras estuve en actividad difería sustancialmente de la justicia ordinaria.
Era más severa la primera que la segunda ya que contemplaba hasta la pena de muerte.
No soy jurista pero siempre me han enseñado que en una (la justicia ordinaria) el principal bien protegido es la vida y la libertad.
En la justicia militar el principal bien protegido es la disciplina.
Y también es por ello que hay profesionales auditores con estado y grado militar que deben saber interpretarla y aplicarla.
El juzgarnos apartándonos caprichosamente del juez natural da como resultado una falsa interpretación del deber militar y las vicisitudes que implica la guerra.
4) La tergiversación de la historia.
A partir de 1983 y sustancialmente agravada desde el 25 de mayo de2003 una sistemática campaña de deformación de la verdad histórica se ha llevado a cabo lamentablemente con singular éxito.
Sin entrar en un análisis demasiado profundo, que no es el objeto de este alegato, me limitaré a mencionar las principales deformaciones de la verdad.
a) Se machaca con la cifra de 30000 desaparecidos.
Jamás se demostró la veracidad de tal cifra.
Es de dominio público que hasta una jueza de la Suprema Corte figura como desaparecida en las listas de la CONADEP.
No niego que la desaparición de personas, así sea de una sola, es delito en tiempos de paz.
En tiempos de guerra, particularmente en la guerra irregular tiene otra significación.
Pero me pregunto ¿porqué el empeño en la extrema magnificación de las cifras hasta el punto de dejarla asentada como verdad incontrastable?
Nunca se demostró que en 10 años de guerra fueran más de 8000.
Cifra mucho menor que la que se cobra por año hoy la delincuencia común.
b) Se baraja la cifra de 500 robos de bebés.
Esto resulta sensible e impactante.
El proceso llevado a cabo no llega a los 30.
Ninguno cometido por personal militar.
Menciono que en un caso emblemático las constancias en la causa son vagas, contradictorias y en todos los casos dichos por terceros y de oídas, lo que me consta por haber leído la documentación pertinente.
En esta causa yo presté declaración indagatoria y se me impuso prisión preventiva el 20 de enero de 1999 y fui excarcelado el 7 de octubre de 2005, habiendo agregado entre otros, dos documentos que demuestran un claro mentis al supuesto y difundido “plan sistemático de robo de bebés”.
Esos dos documentos son:
1) listado con nombre y apellido de, al menos 273 bebés devueltos por las Fuerzas Armadas a sus familiares o a la justicia.
2) Anexo a la orden de operaciones del 1er Cuerpo de Ejército en la que se especifica claramente cual debe ser el proceder con niños nacidos en cautiverio.
c) Se nos tilda de represores y genocidas.
En principio el término represión no es descalificante.
La autoridad tiene el deber de reprimir los delitos o trasgresiones de cualquier tipo Así lo determinan los códigos:
se reprimirá con…….. Lo de genocida no resiste el menor análisis.
Lo ocurrido en nuestro país no se ajusta en lo más mínimo a la definición internacional del delito de genocidio.
Sólo voceros del odio y la venganza y/o jueces venales o, cuanto menos absolutamente parciales pueden dar por probado tal delito en la lucha contra el terrorismo vernáculo.
d) Se denomina criminalmente como “centros clandestinos de detención” a los LRD (lugar de reunión de detenidos) contemplados en las órdenes impartidas y en las leyes y reglamentos militares.
e) La noche de los lápices.
Se llegó al extremo de filmar una película con ese título deformando totalmente la realidad y haciendo aparecer a represores eliminando estudiantes por reclamar un boleto estudiantil.
Aparece un único sobreviviente, Pablo Diaz.
Esto lo desmienten declaraciones de otros sobrevivientes (eran por lo menos cuatro) que reivindican su militancia y aclaran que en realidad se trataba de una célula terrorista que ellos integraban y que no tenía relación alguna con el reclamo por el boleto estudiantil.
f) Jóvenes idealistas.
Se insiste ante la sociedad por distintos medios en referirse a los terroristas como “jóvenes idealistas”.
Esto es una tergiversación grave de la realidad de las décadas del 60 y 70.
Lo real era que existían clandestinas organizaciones terroristas cuyos integrantes no eran ni demasiado jóvenes ni idealistas, entendiendo por tales un ideal para el bien.
Su ideal no era otro que la toma del poder por la fuerza subversiva para imponer un sistema alejado de nuestra tradición republicana y democrática.
Tenían combatientes, tácticas y estrategias revolucionarias.
Fábricas de armamento, bombas y munición, cárceles “del pueblo”.
Mataban indiscriminadamente y a traición.
Ponían bombas en lugares concurridos.
Asaltaban y robaban.
Cambiaron su identidad.
Fabricaban y portaban pastillas de cianuro para autoeliminarse.
Ocuparon parte de territorio (Tucumán).
Al calificarlos como tales logran hacer aparecer a las fuerzas armadas de seguridad y policiales, encargadas por el estado para su aniquilamiento como fuerzas ilegales empeñadas solamente en acciones de lesa humanidad, totalmente contrario a la realidad de guerra revolucionaria librada en el país, tal como lo determinó la cámara federal en el juicio a los comandantes de esa guerra.
5) De lo sublime a lo insólito.
Sublime es la imagen de la justicia: bella dama de ojos cubiertos sosteniendo una balanza de dos platillos, para colocar en ellos sin influencia alguna, merecimientos y/o defectos para inclinar el fiel de tal balanza según inmutables preceptos mundial e históricamente establecidos.
Además siempre se ha buscado darle solemnidad en las formas para no tergiversar un fondo ecuánime.
Así se apela al moblaje solemne a togas y aun pelucas en cabeza de los magistrados.
Insólito resulta un juicio montado en un improvisado escenario, en el que debe hasta interrumpirse por el ruido de la lluvia, sin otra finalidad que dar cabida a quienes pretenden a través del escándalo diario convertir la justicia en venganza, como lo predijera la Dra. ARGIBAY.
Imagino la incomodidad espiritual de los señores camaristas al tener que impartir justicia en tales condiciones.
La incomodidad moral de los acusados, no la imagino.
La hemos sufrido a través de estos largos meses, en que hasta nos hemos visto obligados a soportar le exhibición de fotografías de supuestas víctimas que eran prolijamente colocadas por la mañana en los asientos que ocuparía el público de la parte querellante.
Resultaba obvio que esto era posible por la complicidad de alguien encargado de esta tarea desde tempranas horas.
No resultaba un gesto espontáneo, sino una evidente provocación.
No resulta sobreabundante mencionar que debimos usar precarios e incómodos baños químicos y no los de las instalaciones permanentes, como así también haber sido objeto de graves calificativos, caprichosamente extendidos a nuestros abogados defensores.
También llama la atención el hecho que, inmediatamente del pedido de penas de la querella, el hecho era de dominio público ya que fue trasmitido por los distintos medios radiales y televisivos y luego por los medios gráficos.
En contraposición a ello fue llamativo el absoluto silencio público sobre las exposiciones de nuestra defensa.
Surge otra vez la pregunta:
¿se busca justicia o venganza?.
6) Las circunstancias.
Conocidos son los dichos del filósofo español José Ortega y Gasset sobre el “yo” y las circunstancias
“Yo soy yo y mis circunstancias” , dijo.
Hago esta disquisición porqué yo me desempeñé de enero a octubre de 1977 como Jefe del Estado Mayor del Comando de Institutos Militares (aprovecho para aclarar una vez más en este proceso que yo fui nombrado como Jefe del estado mayor del Comando De Institutos militares y no como segundo comandante cuyas funciones son distintas ya que el jefe de estado mayor no tiene mando sobre las unidades dependientes.
Así figura mi nombramiento por Boletín militar reservado Nº 4698 del 14 de enero de 1977).
Por mi desempeño en ese cargo estoy actualmente procesado y sometido a juicio, junto a otros camaradas, nada menos que por varios delitos de “lesa humanidad”.
Solamente tres años más tarde, en 1981, me desempeñé como Comandante de Institutos Militares. Entonces, ni yo, ni ninguno de mis comandos dependientes fue imputado de delito alguno.
La pregunta obvia es
¿Qué pasó?
Yo era el mismo profesional militar en 1977 que en 1981, lo mismo que quienes me estaban subordinados.
La respuesta, también es obvia; las que variaron fueron las circunstancias.
Pese a lo que se pretende afirmar después de treinta años, en 1977 la lucha contra la subversión no estaba dominada y menos terminada.
Se nos juzga como si hubiéramos violado la ley en tiempos normales, que estaban lejos de serlo, y sustrayéndonos de nuestro juez natural de entonces que no era otro que la justicia militar, que justamente era la más apta para juzgar a los profesionales militares por su desempeño en la guerra, y era lo vigente en ese momento.
En cambio, en 1981 en toda la jurisdicción a mi cargo no se registró ni un solo hecho vinculado a tal guerra irregular.
Repito, éramos los mismos profesionales con los mismos principios y valores que nos rigieron toda la vida y que mantendremos en las circunstancias que nos toque todavía vivir.
Podría continuar con esta enumeración pero me remito a toda la documentación minuciosamente documentada que obra al respecto, entre la que cito:
La otra parte de la verdad, La mentira oficial y El Vietnam argentino del joven abogado Nicolás Marques, o los dos tomos de Por amor al odio de Carlos Manuel Acuña, o los tres tomos de in memorian del Círculo Militar, o Guerra Revolucionaria en la Argentina (1959- 1978 de Ramón Genaro Diaz Bessone, o los últimos libros de Juan Bautista Yofre entre otros.
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