martes, 6 de abril de 2010

YA QUE NO VAMOS A LA GUERRA, ¿ QUE HACEMOS CON LOS MILITARES ?

A Cristina le gusta que le digan Presidenta

Pero nunca aclaró si, dada la jefatura militar que como tal le asigna la Constitución, también deberíamos tratarla de Comandanta.

Pero dejemos este punto librado al saber de los lingüistas, que dicho sea de paso no terminan de ponerse de acuerdo sobre el género de la investidura presidencial, y vayamos a lo que importa.

El viernes, bien abrigadita en Ushuaia, la Señora tuvo la necesidad de lanzar al mundo una aclaración en medio de sus aplaudidas críticas al colonialismo inglés por el tema Malvinas:

No nos vengan a correr con fantasmas de que los argentinos queremos tomar militarmente las islas.

Esas cosas son ridículas.

La vieja inteligencia de esa vieja potencia colonial debería entender que esta Presidente y esta sociedad no pueden ser vistos por nadie como una amenaza –dijo, y a mí, por lo menos, me tranquilizó un poco la idea de que los Kirchner serán todo lo pendencieros que serán pero no comen vidrio.

A su lado, con un tapadito tipo patchwork, la ministra (¿o ministro?) de Defensa, Nilda Garré, esperaba que le vibrara el celular para saber cómo había caído el mensaje que le dejó escrito a su secretario de Estrategia y Asuntos Militares, Gustavo Sibilla, para que se los leyera a los jefes de las tres fuerzas y veteranos de guerra reunidos en ese mismo instante en la porteña Plaza San Martín.

Allí, además de la condena a la aventura de Leopoldo Fortunato Galtieri en el 82 y la promesa de volver a Malvinas pero por carriles diplomáticos, Garré aprovechó para anunciar que el año que viene estrenaremos cuatro patrulleros multipropósito en el Mar Argentino, que el viejo y querido rompehielos Almirante Irizar (modelo 77) volverá a flotar en la campaña 2011-12, que la reparación del submarino San Juan (gasolero, modelo 83) va viento en popa y que tal vez muy pronto contaremos con la “ingeniería básica” para empezar a diseñar un nuevo buque polar que “refuerce la campaña antártica”.

No está mal.

Sólo que, al lado del monumental desarrollo que ha tenido la industria aeronáutica brasileña durante el mandato de Lula (un ex sindicalista de izquierda que tampoco anda por ahí prometiendo tiroteos con nadie pero que, aún así, acordó con Francia el desarrollo de un submarino nuclear) nuestros objetivos suenan a más que modestos.

Tal vez a mayúscula desorientación.

La propia Garré ha explicitado varias veces que la Argentina “ya no tiene hipótesis de conflicto”, cosa que no es básicamente cuestionable, como mucho menos lo es el haber incorporado la enseñanza de Derechos Humanos en las academias militares o el haber construido cierto prestigio internacional por el buen desempeño de nuestros militares en las misiones de la ONU o en los hospitales de campaña montados tras los terremotos chilenos.

El asunto es que la cuestión militar fue borrada de la agenda política, y no sólo por las acciones, omisiones y prejuicios agitados por el actual Gobierno. Nos pesa el terror de los 70, y no es para menos, pero tal vez vaya llegando la hora de poner en la balanza las incapacidades y oportunismos electoralistas de quienes jamás se pondrían un uniforme pero fueron elegidos, entre otras cosas, para disponer correctamente del personal.

Ahí, aislados de la sociedad civil, hay 75 mil empleados del Estado con misiones difusas. Casi dos de cada mil argentinos son militares.

Se los supone muy disciplinados, más civilizados que antes y entre ellos hay médicos, hay ingenieros, hay científicos, hay gente que sabe levantarse temprano.

Por primera vez en estos años sus jefes no tienen las manos manchadas de sangre, porque recién empezaban a afeitarse hace un cuarto de siglo.

Y muchos de sus cuadros medios ni siquiera eso: ha crecido geométricamente el personal femenino.

Hoy por hoy, sólo a Eduardo Duhalde se le ha ocurrido sacar el tema de qué hacer con los militares, aunque sus planteos de comprometerlos en la lucha contra el delito o de terminar con la “caza de brujas” suenan más a chicanas para lograr cierta visibilidad mediática en la vereda opositora que a algo serio.

Del otro lado del charco, el ex tupamaro Pepe Mujica quiere incorporar militares a la reinserción social de los adictos y a la logística necesaria para la construcción de viviendas populares.

Podrán criticarlo, pero nadie tiene desde donde acusarlo de derechista o militarista.

¿Las opciones son envidiar a Lula o copiar a Pepe, entonces?

Tal vez sólo se trate de ir pensando que cuando esto deje de ser un gran velorio habrá que fabricar un país.

Edi Zunino


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