martes, 5 de junio de 2012


NO HABIA 50.000 ...


Aún a riesgo de pecar de inmodestia, no es mal momento recordar lo que afirmamos en esta columna desde hace, al menos, un par de años: las “reservas del BCRA” son otra de las grandes imposturas de la des-información oficial.
 
Pero la gravedad de la afirmación no surge de nuestra advertencia. 

Al fin y al cabo, quien esto firma no es nada más que un simple ciudadano, inquieto y curioso, que trata de razonar las informaciones que recibe y reproducir sus dudas, matizadas, en los pocos casos en que se atreve, por algunas afirmaciones. 

Entre ellas, no esta demás destacar ésta, porque implica el desemboque natural de una ficción lanzada al ruedo por el oficialismo, pero lamentablemente acompañada por gran cantidad de especialistas que la reproducían en forma relativamente acrítica.

Pocos economistas se atrevieron en estos años a desnudar la falacia que implicaba contabilizar como “reservas internacionales” a títulos públicos de una administración insolvente. 

Es más o menos lo mismo que un particular contara como parte de su riqueza un pagaré firmado por él mismo, a su favor. 

En derecho, tal situación configura la extinción de una obligación por identidad de acreedor y deudor, o sea, se neutraliza.

Es como si no existiera.

La viveza criolla adoptada como comportamiento oficial puede permitirse engañar a terceros con esa “contabilidad creativa”. 

Allá los terceros si se la creen. 

Pero creerse la propia mentira y actuar como si fuera cierta no es de vivos, sino de tontos. Eso ha hecho el gobierno en estos años.

Son demasiados los economistas que insistieron en estos años en recurrir a las sesudas interpretaciones de la contabilidad pública para convencer a los ciudadanos que en realidad esas letras del tesoro podían seguir siendo consideradas “reservas”, aunque el deudor fuera el mismo gobierno que desde hace ya tiempo actúa como dueño de una entidad en otros tiempos autónoma e independiente de su gestión, el BCRA.

Hoy vemos la consecuencia. 

No hay 50.000 millones de dólares. 

Ni 40.000. Ni 30.000. 

Ni 20.000. 

Los economistas más serios, aquellos que no se prestaron en estos años a la “mentira piadosa” con el argumento elitista y oligárquico que saber la verdad puede atemorizar a los ciudadanos, nos ratifican su información: las reservas líquidas del BCRA, aquellas con las que puede contar para respaldar la base monetaria, no llegan más que a aproximadamente 10.000 millones de dólares. 

Menos aún que los que había en los tiempos finales de la convertibilidad.

¿Dónde se fueron los que había? 

Pues, donde lo advirtieron –y lo advertimos- repetidas veces: al dispendio que siguió al saqueo. 

Se fueron a fogonear una prosperidad engañosa, apoyada en la liquidación de reservas y capital. 

Se diluyeron al igual que 15 millones de cabezas de ganado, o los recursos que daban sustentabilidad al sistema previsional, o a las reservas de hidrocarburos que se quemaron sin reemplazarse.

Desaparecieron. Y hemos llegado, desgraciadamente, a la situación prevista. Sin dólares, sin petróleo, sin vacas, sin ahorros.

Pero lamentablemente, también sin escrúpulos. 

Eso es lo que está asomando la cabeza en el país: el fantasma de la arbitrariedad sin frenos, los avances de la violencia, el rostro amenazante del desborde generalizado en la economía, en la política, en la convivencia.

Esa es la causa de nuestra reiterada prédica por la apertura al dialogo maduro en espacios republicanos, y de la también reiterada obsesión por la edificación de puentes, de conversaciones entre opositores frente al deterioro grotesco del discurso del poder. 

De diálogos, en suma, entre argentinos que piensan diferente pero que quieren a su país y respetan a sus compatriotas.

Nadie que invoque representación de los ciudadanos tiene derecho a mirar para otro lado cuando se hace imprescindible construir alternativas políticas que tejan una red de seguridad para los argentinos ante los dislates que vemos, y los peores que vendrán.

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