domingo, 30 de mayo de 2010

UN ANTICIPO DE LA TRAGEDIA

A 40 años del secuestro de Aramburu

Había sido secuestrado de su casa por Montoneros y apareció dos semanas después asesinado.

Lo juzgaron y ejecutaron por "traición a la patria".

Así comenzaba una década de sangre.

Era la una y media de la tarde del 29 de mayo de 1970.

Se conmemoraba el 160 aniversario de la creación del Ejército pero las radios interrumpieron su programación habitual para dar una información aún no confirmada que corrió como un escalofrío por la espina dorsal de la población:

había sido secuestrado el teniente general y ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu.

Su cuerpo aparecería finalmente el 16 de junio de 1970 en el sótano de una casa abandonada en medio de un campo ubicado en la localidad de Timote, provincia de Buenos Aires.

Habían pasado 15 días desde que un “juicio popular” lo había condenado a muerte por “108 cargos de traición a la patria y al pueblo y el asesinato de 27 argentinos”, según informaba el primer comunicado de prensa de una aún entonces ignota organización guerrillera, Montoneros, que entraba de ese modo al conocimiento público.

Aramburu fue secuestrado de su casa de Barrio Norte por un comando integrado por Fernando Abal Medina, Emilio Maza, Carlos Ramus, Norma Arrostito y Mario Firmenich, entre otros. Maza y Abal Medina, aprovechando su origen y modales de jóvenes de clase media, se hicieron pasar por militares que buscaban reunirse con el general, ya convertido en político.

Horas después, el militar era llevado escondido dentro de la caja de una pick up, entre fardos de pasto, a la estancia La Cema, en al partido de Carlos Tejejor, a 420 kilómetros de la Capital Federal.

"El ajusticiamiento de Aramburu era un viejo sueño nuestro.

Concebimos la operación a comienzos de 1969.

Había de por medio un principio de justicia popular -una reparación por los asesinatos de junio del 56-, pero además queríamos recuperar el cadáver de Evita, que Aramburu había hecho desaparecer.

Pero hubo que dejar transcurrir el tiempo porque aún no teníamos formado el grupo operativo.

Entre tanto, trabajábamos en silencio: la ejecución de Aramburu debía significar precisamente la aparición pública de la organización", relató Firmenich en 1974 a la revista " La Causa Peronista"

Y agregaba: "A fines del '69 pensamos que ya era posible encarar el operativo.

A los móviles iniciales se había sumado en el transcurso de ese año la conspiración golpista que encabezaba Aramburu para dar una solución de recambio al régimen militar, debilitado tras el Cordobazo.

Por la Importancia política del hecho, por el significado que atribuíamos a nuestra propia aparición, fuimos a la operación con el criterio de todo o nada.

El grupo Inicial de Montoneros se juega a cara o ceca en ese hecho".

Por ese entonces, la dictadura del integrista general Juan Carlos Onganía tenía los días contados:

el Cordobazo, el Viborazo, la grave situación económica y la intervención a palazos en las universidades, habían dejado al régimen en coma y el país era un hervidero.

En ese entorno, Aramburu buscaba un acuerdo para una salida electoral con Perón, el mismo líder político al que había obligado a exiliarse y entonces vivía en España.

Pasaron apenas dos días desde el secuestro cuando Aramburu escuchó las acusaciones que pesaban sobre él: como ideólogo del bombardeo a la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955, por los fusilamientos del basural de José León Suárez un año más tarde y por el secuestro del cadáver de Evita.

“General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte.

Va a ser ejecutado en media hora”, le informó Abal Medina.

Así fue: 30 minutos después ese mismo joven le informaba: “General, voy a proceder”.

Aramburu le contestó: “Proceda”.

Fue un disparo en el pecho.

Luego, otros dos.

Dos semanas después el cuerpo deAramburu fue encontrado por la policía en el sótano de la casa de esa estancia en Timote.

La muerte del líder político del ala liberal del Ejército operó como el tiro de gracia al duro régimen de Onganía, quien fue sucedido por el general de Inteligencia Roberto Marcelo Levingston, quien fue designado presidente mientras se hallaba destinado como agregado militar en Washington.

Detrás de bambalinas -aunque no por mucho tiempo- se encontraba el comandante del Ejército, Alejandro Agustín Lanusse.

Luego, el partido militar buscaría la concordia con el Gran Acuerdo Nacional (GAN).

Sin embargo, aún sin vida, al ex presidente de facto le faltaba mucho para descansar en paz.

Su cadáver fue secuestrado en 1974 para exigir la entrega del cuerpo de Evita, "exiliado" y enterrado por los militares en secreto en un cementerio de Italia bajo el nombre María Maggi de Magistris.

Con ese secuestro parecía haberse dictado el comienzo de la década más emblemática de la historia argentina reciente, que se dirimió entre tiros y votos, entre sueños y terror, que vio morir también a Abal Medina, a Ramus, a Maza y a Arrostito.

Fue la década en que el Estado se usó como una herramienta de exterminio contra su propia población, contra los disidentes y contra los trabajadores.

Fue un día como hoy, a la una y media de la tarde.

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