Con cuentagotas, el sitio WikiLeaks y medios asociados siguen difundiendo cables diplomáticos estadounidenses supuestamente reservados.
Aunque hasta ahora las revelaciones resultantes no han motivado muchas sorpresas, es llamativa la voluntad de políticos de todos los países de hablar con franqueza ante interlocutores norteamericanos a sabiendas de que sus palabras serán transmitidas enseguida a Washington.
Huelga decir que nuestros dirigentes políticos, tanto los opositores como los oficialistas y funcionarios del gobierno kirchnerista, no van a la zaga de sus homólogos de otras latitudes.
Por el contrario, parecen disfrutar enormemente de una oportunidad para desahogarse, como hizo el senador peronista y, según algunos, eventual candidato presidencial Carlos Reutemann.
Conforme a la entrega más reciente de los papeles recogidos por WikiLeaks, hace un par de años el santafecino tenía una visión sombría del futuro del país, ya que en su opinión el gobierno dejaría atrás un "campo minado" y por lo tanto "sería difícil volver a la normalidad".
¿Ha modificado su opinión desde aquel entonces?
Parecería que no, que, tal y como sucedió en el 2003, entiende que en el caso de que un político de su perfil alcanzara la presidencia le esperaría una tarea hercúlea debido a la estrategia kirchnerista de cooptar agrupaciones de piqueteros, pero la sociedad buscaría "a un salvador que arregle las cosas en 24 horas".
Será por eso que, a diferencia de tantos políticos de posibilidades bien escasas, "Lole" siempre ha sido reacio a anotarse en la carrera presidencial a pesar de tener asegurado el apoyo de sectores amplios de la población y, desde luego, del movimiento peronista.
Aunque no existen demasiados motivos para creer que Reutemann cuente con un plan, modelo o proyecto, por lo menos es consciente de que gobernar la Argentina no es del todo fácil y que un aspirante serio a sentarse en el "sillón de Rivadavia" tendría que estar preparado para enfrentar una gran variedad de problemas que no tienen soluciones evidentes.
Por cierto, no es un trabajo para improvisados que, luego de haber conseguido el respaldo de distintas facciones y convencido a la ciudadanía de ser la persona más indicada para encabezar el gobierno siguiente, sientan tanto vértigo que no se les ocurra nada mejor que lamentar haber recibido un "país en llamas" y atribuir todas las desgracias al accionar de su antecesor para entonces anunciar que en adelante todo será diferente.
Mal que bien, en ninguna sociedad es posible romper netamente con el pasado; incluso los regímenes más revolucionarios tienen que construir sobre lo dejado por quienes los precedieron.
Los presidentes nuevos no tardan en verse frente a la opción de limitarse a aprovechar las deficiencias institucionales del país y procurar reducirlas a través de reformas destinadas a estimular la formación de partidos a un tiempo amplios y coherentes y mejorar la eficiencia del Estado.
Los calificados de populistas suelen sentirse más que conformes con la desorganización imperante porque les permite "construir poder" con facilidad manteniendo divididos a los decididos a oponérseles.
Tal actitud puede entenderse, ya que mejorar la calidad institucional del país supondría resignarse a desempeñar un papel personal menos protagónico, negociando constantemente con adversarios o aliados meramente coyunturales, pero en última instancia sólo sirve para prolongar la decadencia.
Por lo demás, Reutemann y otros de posturas "centroderechistas" similares parecen comprender que a la larga es contraproducente tratar a la Argentina como un país víctima de una especie de conspiración planetaria y que por lo tanto, en defensa de su propia idiosincrasia, debería negarse a emprender reformas estructurales de la clase habitualmente recomendada por funcionarios internacionales formados en América del Norte o Europa.
Si bien el discurso en tal sentido es muy atractivo para cierta elite populista y su multitudinaria clientela popular, a esta altura no cabe duda alguna de que ha contribuido a frenar el desarrollo que todos dicen querer, pero puesto que, a juzgar por las encuestas de opinión, tal detalle no impresiona demasiado al grueso de la ciudadanía, el pesimismo que siempre ha caracterizado a Reutemann se debe a mucho más que su temperamento particular.
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