Amnesia, mentiras e injusticia el 24 de marzo
El miércoles 24 de marzo el gobierno y las organizaciones rentadas que trafican con los derechos humanos montaron un acto que recordaba el pasado.
Pero, en actitud desafiante, se refirieron al presente y al futuro.
En cuanto al pasado, por un lado, Hebe de Bonafini rindió un homenaje a los que lucharon por la revolución socialista en la Argentina empuñando las armas.
En cambio, Estela de Carlotto dijo que luchaban contra la exclusión social, mayor participación en el ingreso de los asalariados y muchos lugares comunes en los que todos podríamos estar de acuerdo.
Pero se olvidaron de aclarar un pequeño detalle:
¿cómo querían lograr esos objetivos loables con las armas en la mano?
Si por un momento hacemos un análisis contrafáctico de:
¿qué hubiera pasado si Mario Firmenich hubiera sido presidente mediante la lucha armada?
¿Habría menos muertos que con la dictadura de Jorge Videla?
Seguramente habría muerto un millón de personas y la Argentina estaría gobernada por una dictadura semejante a la cubana, como ocurrió en Nicaragua en 1979.
¿Alguien cree que estaríamos mejor?
La respuesta es obvia, sería un no terminante.
Pero dejemos el análisis contrafáctico y volvamos a la realidad del pasado, cuando primero el ERP empezó a asesinar militares en Agosto del 73 y luego lo acompañaron los Montoneros, que pasaron a clandestinidad meses después de la muerte del Teniente General Juan Domingo Perón el 1 de julio del 74.
Por entonces se convencieron de que sus miles de militantes podían formar un ejército clandestino que les permitiría tomar el poder imponiendo a Firmenich como presidente de la república socialista.
Antes de su muerte, el viejo general había ordenado la eliminación selectiva de la guerrilla erpiana y montonera, así como sus ideólogos.
La tristemente célebre triple A asesinó a 1.000 de ellos.
Luego vino el golpe de marzo del 76 y en pocos meses estaba liquidada la cúpula erpiana.
La conducción montonera, por su parte, se fue al exilio, dejando a sus miles de combatientes y militantes a merced de una represión salvaje que utilizó el cuchillo del carnicero cuando correspondía el bisturí del cirujano.
Es verdad que de los 8.000 desparecidos la mitad de ellos no habían participado de hechos de sangre y fueron salvajemente sin que hubiera motivo para ello.
De los 4.000 restantes fueron ejecutados 3.000 y cerca de mil se transformaron en detenidos aparecidos que colaboraron con las fuerzas armadas delatando a sus compañeros y ahora son el núcleo duro de la venganza, la amnesia, las mentiras y las injusticias a la que luego se sumaron abuelas, madres e hijos.
La falsificación de la historia es la que los pinta como jóvenes que ayudaban en las villas miseria, olvidando su entrenamiento militar en Cuba.
También se esconde que ejercieron una violencia tremenda, asesinando a miembros de las fuerzas armadas y de seguridad en un número que supera el millar.
El gobierno de Raúl Alfonsín juzgó a las juntas militares y amnistió a los oficiales intermedios.
Menem, por su parte, dictó los indultos y ambos tendieron a la pacificación nacional.
Después los Kirchner nombraron una Corte Suprema que consideró al terrorismo de estado como delito de lesa humanidad y por tanto imprescriptible, lo que coincide con la Corte Penal Internacional que deja de lado principios del derecho penal como la irretroactividad de la ley y la cosa juzgada.
Hasta ahí fue lo jurídicamente válido, aunque cuestionable, pero no alcanzó.
Después empezó la segunda etapa.
La de los testigos falsos -es decir, detenidos aparecidos que delataron a sus compañeros asesinados- que empezaron a declarar cualquier cosa.
Y las madres, abuelas e hijos, que presionan a la justicia para ésta condene sin pruebas, cosa que están logrando.
Todo esto no tiene nada que ver con la imprescriptibilidad de los delitos.
Hay que aportar pruebas reales para condenar.
El deseo de justicia se transformó entonces en una caza de brujas interminable, descendiendo a ser una simple herramienta política del Frente para la Victoria.
Así fue como se desnaturalizaron los deseos de justicia.
Guillermo Cherashny
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