miércoles, 24 de marzo de 2010

VIVIR SIN PAPA

Arturo Larrabure es un hombre del interior de la provincia de Bs. As.

Tiene la tranquilidad que hace mucho perdieron los porteños.

Curiosamente pese a su condición de víctima adoptó una actitud poco común entre quienes sufrieron la violencia terrorista, generalmente proclives a la resignación y al culto del silencio.

Arturo, en cambio, quiere contar su historia, siente la necesidad de realizar su cruzada personal de reinvidicar la ética de su padre cuando enfrentaba la muerte en manos de los terroristas.

Tiene necesidad de justicia.

¿Cómo fue vivir sin papá?

Fue la pregunta que me sirvió para iniciar la charla.

Sus ojos cambiaron la forma de brillar y sintió necesidad de carraspear antes de decirme: aunque ya lo escribí en mi libro “Un canto a la Patria”, volver a recordar, por breve que esto sea, implica sumergirme mucho más profundamente en el océano del pasado.

Pasado que vuelve y me acecha constante, una y otra vez, pasado que es presente.

Un incesante y descarnado dolor lacera mi espíritu y supera el dolor físico de mil formas y de distintas maneras.

Con apenas quince años de edad viví el secuestro largo e interminable de mi padre, el entonces mayor del Ejército Argentino, ingeniero militar que se desempeñaba como subdirector de la Fábrica Militar de Pólvoras y Explosivos de Villa María, provincia de Córdoba.

Era una noche de sábado, un 11 de agosto de 1974.

Era el tiempo de un gobierno democrático en Argentina, el de Isabel Perón, quien había asumido después de la muerte de su esposo, el general Perón.

A mi temprana edad nada hacía presumir que esa misma noche mi vida como la de todos mis familiares cambiaría para siempre.

En una acción terrorista un grupo fuertemente armado se lo llevó, desconociendo por muchos días su estado de salud, su estado de ánimo.

Nuestras comunicaciones fueron pocas, escasas, imprecisas pero imperiosamente necesarias para no perder todas las esperanzas del reencuentro.

Recordar la angustia y la desesperación de esos días es siempre la misma tortura.

Sólo con la aparición de su cadáver, pudimos comprender lo que por momentos nos aterrorizaba, un trato inhumano, torturas, delgadez extrema, golpes, toda la atrocidad que mentes enfermas y perversas pueden imaginar, existió.

Un ser completamente ultrajado.

Mi padre, un hombre noble y bueno.

En esos días de angustia y desesperación, de no saber exactamente nada, se debe recurrir a todas las fuerzas y recursos para no caer en la enfermedad, en la tristeza profunda y en la melancolía.

Se terminó bruscamente la vida normal y comenzó el transitar buscando explicaciones ante lo tremendamente inexplicable.

Ante tamaña agresión no hubo ni hay explicaciones, ni reparaciones.

Crecer en la adolescencia en ese contexto, sin ese padre, transformarse rápida y necesariamente en adulto, tomar el rol de “hombre de la casa”, con esa horrible realidad es casi indescriptible.

He aprendido que uno trata de borrar todo aquello que le hizo tanto mal, prefiere olvidarlo aunque es imposible.

En esos aciagos días para sobrevivir con dignidad, uno debe recurrir a todo lo que ha acumulado de bagaje para soportar lo peor, buceando en lo más profundo, ahondando en la fe para mantener la esperanza del momento definitorio que separa lo real de lo imaginario, la vida de la muerte, la tristeza infinita de la alegría del reencuentro.

Así transcurrimos por más de un año, sobreviviendo.

Así morimos y nacimos miles de veces, así sentimos que lo real y transcendente vive en la fe y en la creencia profunda que hay un Dios que todo lo ve, que todo lo escucha, que todo lo sabe…y la verdad brillará con todas sus fuerzas, con todas sus luces.

Desolación, angustia, miedo, dolor y la espera que desespera y la esperanza que se desvanece una y otra vez.

A más de treinta años de nuestra tragedia el daño es casi irreparable, evitemos definitivamente, con todas nuestras pocas fuerzas la mentira y la hipocresía, sólo así la paz perdida volverá a nuestro espíritu.

Una sociedad íntegra debiera velar por ello.

No hay derechos para estos seres humanos.

No existen.

Arturo Cirilo Larrabure
Licenciado

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