domingo, 28 de noviembre de 2010

¡NUNCA MÁS TERRORISMO!

En el Paraguay existe una organización defensora de los derechos humanos, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CONADEH), dirigida por el profesor universitario y entrañable amigo Luis Alfonso Resck, que sufrió indecibles vejámenes físicos y morales bajo una de las dictaduras militares tan comunes en Hispanoamérica.

Por eso es comprensible que el lema de esta organización sea: “Nunca más terrorismo de Estado”.

El terrorismo de Estado es sin duda verdaderamente execrable porque procede de una institución moral que debería preocuparse de satisfacer las aspiraciones más profundas de todos los miembros de la sociedad y cuya misión primordial es proteger la dignidad y la libertad del ser humano.

Los gobiernos de los Estados que emplean el terror como norma de su gestión, sea bajo la forma de dictaduras personales o de regímenes totalitarios, arruinan la naturaleza del Estado y han sido responsables de la bárbara inmolación de millones de vidas humanas.

Pero no hay que olvidar que el terrorismo de Estado no es el único; hay también un terrorismo que se mueve en las llanuras de la vida social y que se define como “revolucionario”.

Este terrorismo fementidamente revolucionario -frecuentemente alimentado por poderes totalitarios- emplea todo tipo de violencia criminal (violencia contra bienes privados y públicos, atentados con explosivos, alevosos asesinatos, secuestros, torturas, etc.) para imponer una ideología y una organización social y política de esencia totalitaria y, consecuentemente, negadora de los derechos fundamentales de la persona humana.

Este terrorismo se propagó a partir de los años 60 por toda Hispanoamérica merced a la solícita asistencia militar y económica de las potencias comunistas y de la denigrante dictadura castrista.

Solamente en la Argentina, entre 1969 y 1979, los terroristas llevaron a cabo más de 21.000 acciones violentas, con un saldo de 1500 personas asesinadas.

El gobierno de los Kirchner -seguramente para encubrir su enfermizo afán de acumulación ilícita de bienes materiales y el saqueo de las arcas del Estado- haciendo gala de una sensibilidad revolucionaria, se solidariza con los antiguos terroristas y les incorpora a puestos claves de la administración del Estado.

Otro ejemplo: en Colombia las FARC atacan ferozmente desde hace decenios al Estado democrático, con la diligente ayuda del dictador venezolano Hugo Chávez y de las bandas de narcotraficantes.

Las víctimas de este terrorismo ascienden a millares. Incluso en el Paraguay actúan desde hace algún tiempo los grupos terroristas del EPP, con la connivencia de personas incrustadas en el equipo más íntimo del Presidente de la nación.

Tomando en cuenta estas realidades -la realidad del terrorismo de Estado y la realidad de las agrupaciones terroristas de inspiración totalitaria- la divisa de las organizaciones de derechos humanos debería ser: ¡Nunca más terrorismo en nuestra América!


José Leopoldo Decamilli
Berlín

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