miércoles, 10 de noviembre de 2010

SÓLO UN GRAN FUEGO

Sólo han transcurrido dos semanas desde la desaparición de ese infame que en vida se llamó Néstor Carlos Kirchner y la impronta que dejó se puede constatar dramáticamente en las consecuencias que su perfidia y maldad sembró en la ciudadanía.

No se debe caer en la simpleza de afirmar o considerar que su existencia haya marcado un desequilibrio entre el bien y el mal y que a partir de él, los vicios se asentaran como un estigma.

La nación arrastra ya de muy larga data, muestras profundas que indican la notable descomposición moral que se ha enseñoreado de sus habitantes.

Atribuirle a este grotesco personaje tal mérito es adjudicarle condiciones exageradas.

Se trató de un patán oportunista y sin ningún nivel de escrúpulos que supo ver con qué clase de alimañas se las tendría que ver y medrando con sus debilidades, tal vez sin imaginar lo exitoso de su osadía, actuó de catalizador para que esa pléyade expusiera toda la gama de rapacerías que guardaba en su intimidad y esperaba el momento de aflorar.

Viendo las dimensiones de las huellas y la hondura de su profundidad que tan perverso personaje ha dejado en esta sociedad, es preciso que dejemos de actuar con la simpleza habitual en estos casos en el que se atribuye a un estado emocional transitorio y que a poco de que transcurra el tiempo todo debería volver a la normalidad.

Nada de eso.

Esta runfla de actores diversos que ya venía mostrando su puesta en escena desde un tiempo bastante prolongado antes de que estos sucesos hicieran eclosión, no es un mero rejunte de oportunistas que se alía a una moda y cambia cuando otra aparece.

Se trata lamentablemente de algo muchísimo más severo y grave.

Y por cierto, no es esta comparsa que se manifiesta al más ortodoxo estilo de murga barata algo que pudiéramos anexarlo a una tendencia o una corriente tal o cual, patrimonio exclusivo de una clase social o extracción política prescrita o ideología determinada.

Estamos ante una verdadera amalgama de individuos que han sido paridos oportunamente, con vicios contra natura de extremo libertinaje y que pareciera hubiesen esperado el momento propicio para hacer su debut, todos juntos al mismo tiempo.

Con el advenimiento de esta oclocracia allá por 1983, resabios que nos dejara ese falso proceso de Reorganización Nacional, al que se ha condenado visceralmente no por todo lo malo y desastroso que dejó para la nación, sino precisamente por lo único bueno y rescatable de su accionar.

Si nos remontamos en tiempos más pretéritos encontraríamos miles de hechos en la historia que podrían servir para aseverar que siempre existieron males y personas dañinas, una técnica muy vieja para desbaratar cualquier tesis que sostenga que en el presente se vive lo peor de lo peor.

Puede tener algo de razón quien esgrime ese argumento para ser indulgente con lo actual, que no deja de ser un modo de mecanismo de defensa para no terminar en un psiquiátrico. Sin dudas que no es el método más adecuado para dar un diagnóstico certero de un mal y mucho menos la forma de encarar su cura.

La Argentina está gravemente enferma en su elemento humano.

Es como una planta que ha sido infectada por parásitos que devoran su savia y la va corroyendo hasta asfixiarla. Como el clavel del aire que se posiciona en las ramas de un pino y lo va atosigando hasta que su belleza sólo sea a distancia, porque al aproximarse se comprueba que sólo se trata de un esperpento decrépito con colgajos repugnantes que muestran una parodia del original.

Ese transversalismo que lo identificara a Kirchner desde sus comienzos como máximo mandatario de la República, condición que no cedió hasta su muerte y aún después de ella, es mucho más notable que hablar de meros acuerdos políticos para lograr un posicionamiento determinado.

Se trata de una herida producida por una cimitarra filosa en un cuerpo al que parte por la mitad, lo desmiembra, lo mutila, lo destruye. No le da ninguna chance de sobrevivir.

Rompió con todos los códigos en beneficio propio sin medir las consecuencias funestas que ello depararía.

No tuvo ningún reparo en aniquilar todo a su paso con tal de lograr sus propósitos.

No lo hizo con afán de imponer una nueva forma de conducta o ideología, simplemente respondió a sus más bajos instintos animalescos y ni siquiera le importó que ello trajera aparejada la suelta de todas las bestias que bregaban por salir del encierro en que se hallaban.

Liberó todo lo malo y condenable de una sociedad corrompida y no sólo eso, sino que le dio estímulos para que se enorgulleciera de sus vicios, buscando denodadamente ensuciar a quienes aún no fueron envenenados de esa sevicia. Impulsó, promovió, alimentó la crueldad, el ensañamiento, el salvajismo y la impiedad.

La crueldad con aquellos que lucharon por salvarnos de las hordas rojas, se ensañó con su sufrimiento y el de sus familias, fue salvaje con quienes se le oponían, y fue impiadoso con la iglesia y con quienes la aman.

Pero si todo ello fuera poco, alimentó y propició hasta límites jamás vistos en los anales de nuestra historia, la deslealtad, la traición, la bajeza, la ruindad, haciéndolas orgullo de quienes las adoptaron.

No le bastó instigar a los protervos a hacerlo, los convenció para que se mostraran en público y se jactaran de su iniquidad.

Y cuando despojados de toda forma de decencia, de cualquier pequeño atisbo de pudor o vergüenza, los expuso con su sonrisa sardónica al repudio de todo un pueblo que no atinó a demolerlo y quedó presa de su inveterada maldad.

Todos los que no se corrompieron directamente con su ponzoña, tirando su honor a los chanchos ante cámaras, no han quedado liberados de responsabilidad en esta tragedia griega en la que se sumergió la patria.

Todo un pueblo que miraba atónito cómo este rufián inventaba en cada jornada una nueva maldad, que diseñaba con una habilidad inagotable cuanta forma pudiera existir para hacer el más grande daño posible, no quiso o no se animó a crear las condiciones para impedírselo.

La responsabilidad es compartida, no por acción tal vez, pero si por omisión. Le dejaron hacer lo que quisiera cuando quisiera y como quisiera.

Se burló sin miramientos de todo un pueblo indolente, pasivo, cobarde, a pesar de que voces se levantaban por doquier advirtiendo de las consecuencias que su desidia aparejaría.

Y cuando le llegó la hora de la verdad, de aquella a la que se mofó junto a sus cómplices, en un santiamén toda su ignominia se desbarató debiendo abandonar apresuradamente toda su riqueza mal habida y aprontarse para rendir cuentas de su vida abyecta e impenitente.

No entraré en lo que sólo a Dios le compete.

Él sabe qué méritos reconocerle para darle otra oportunidad antes de disponer a dónde iría su alma inmortal.

San Agustín nos enseña que Dios ciega a quienes quiere perder, así fue como el Faraón endurecía su corazón ante las advertencias de Moisés y ante cada castigo se hacía más duro en su respuesta.

Despectivamente a Kirchner le decían el “tuerto”, pero por los hechos se pudo constatar que era más que eso.

Pero si en vida pudimos verificar la infinitud de su maldad, ahora, después de su muerte podemos comprobar cuán profundo es el daño ocasionado.

Ver las actitudes de sus seguidores, todo tipo de chupamedias, advenedizos, oportunistas, ventajeros, hipócritas de la peor calaña, llegar a extremos tales como amancebarse para que en todas las latitudes de la nación, sus corifeos se amuchen para convencerse que hay que ponerle el nombre de tamaña basura a monumentos gloriosos, plazas, calles, salas, estadios, sin que exista uno entre todos estos energúmenos, que haciendo gala de una pequeña dosis de sensatez haga ver el desatino de tan obscena grosería, nos habla de la fatal y absoluta descomposición del cuerpo social de la patria.

Creo realmente en la existencia de muchos buenos argentinos, honestos, probos, de gran capacidad profesional y material, de distintos pensamientos políticos y con gran amor a la Patria que podrían conducirla y sacarla de esta postración a la que nos han llevado estos orcos que se han adueñado de sus instituciones, pero sinceramente no creo que aún logrando aunar sus esfuerzos, puedan revertir el inmenso daño que estos degenerados han provocado.

Y cada día que transcurre voy confirmando con extrema pena lo que hace años intuyo de necesidad inminente en el tiempo para concluir con tantas bajezas e inmundicias en las que este pueblo ha desembocado.

Sólo un gran fuego puede limpiar toda esta mugre y reconstruir al hombre argentino caído en innumerables formas de excesos y extravíos que claman al cielo.

Sólo un gran fuego divino.

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